jueves, 15 de marzo de 2007

Día 5: "V"

Estoy cansada de calibrar sustancias en mi cuerpo, lo hago para evitar que se me agriete el alma ahora que la tengo lejos de la felicidad plena. Ahora sólo puedo meterme lo que sea, como sea, para evitar que, en esta caída, descubra que no aprendí a volar a los 13 años, cuando a todos les salieron las alas...

domingo, 21 de enero de 2007

Día 4. Ánimo

Cuando le veo venir, el mundo me aplaude infundiéndome un maravilloso ánimo.
Cuando se acerca y me habla un ratito sobre temas intranscendentes, el ánimo, que antes parecía irrompible, se divide en mil pedazos. Cuando estoy a dos suspiros de él siempre sonrío nerviosa, como una colegiala adolescente, mientras intento reconstruir mi esperanza sin que él se dé cuenta.
Cuando se aleja sonriendo, siempre sonriendo(me encanta esa alegría que regala a las muchas vidas que le rodean), me despido entregándole la mejor de mis sonrisas. Él siempre se va para continuar cosiendo su vida sin necesidad de mi hilo, él siempre se va sin mí, aún así, yo disfruto hasta el último segundo de su ánimo, tan feliz y tan suyo, pero siempre tan contagioso para mi débil cuerpo. Todos los días en la redacción me enfermo por su presencia; después, en mi pequeño piso, me tapo con tres mantas para intentar no seguir enfermando de un amor que hoy, por lo menos, no puede ser de la forma que quiero que sea.
No me importa reconocer que este trabajo empieza a darme mucho miedo, por nuestra culpa, por mi culpa, porque la necesidad que tengo de su ánimo no está correspondida por su necesidad del mío.
Este es un ánimo que agradezco hoy, ya que me sitúa entre los cientos de nubes que saludan al sol y que, al mismo tiempo, nos saludan a ambos cada mañana, cuando salimos de casa con prisa, esperando dar y recibir mucho ánimo en el trabajo.

viernes, 12 de enero de 2007

Día 3. Cuento de una tostada

Y me levanto sumisa de la cama, pegando saltos que esquivan al sueño y a la modorra, comienzo el día entre quejidos que me incordian, de un despertador “made in...(país del tercer mundo que no recuerdo)”. En mi pequeña habitación apenas decorada, finalizo el ritual, que inicia todos mis días, cuando estiro, en una posición imposible al desaliento, mi cuerpo, aún cansado de la jornada de ayer, y me muestro ilusionada a todos los que tengan ganas de verme en un país bello, pero que desagrada al que comienza.

Y me siento cómoda en la incómoda silla, que adorna zigzagueando la mesa, de la claustrofóbica cocina donde los desayunos se ponen firmes, realizan el saludo militar y al toque de corneta te obligan a desperezar la pereza.

Y me visto conjuntada, buscando en la ropa, en la esperanza, en mis cualidades no explotadas en este trabajo que acaba de comenzar, el perfecto conjunto de una vida que se despierta, se levanta y se marcha a trabajar.

jueves, 4 de enero de 2007

Día 2. Cuento de Navidad

Suponiendo que eso siga aquí mañana, decido acostarme con una única petición a la almohada, una única petición solícita y suave. Sostengo que no pido demasiado, simplemente, pido no seguir pidiendo nada a la vida, mientras viva una vida tan avara y tan tacaña como Ebenezer Scrooge en “Cuento de Navidad”. Porque en ella, en mi vida, aún no ha llegado la moraleja liada entre palabras simples y buenas intenciones, entre nieve y familias que cenan sonrientes, deseando no atragantarse con un empacho familiar.

En estas primeras “Navidades” sola, estoy cavando un hoyo con todo lo necesario para afrontar el nuevo año: un libro, una almohada, muchos sueños, muchas realidades y sobre todo con la linda ilusión de que no se produzca una mezcla entre mi realidad y el mundo de mis sueños, ya que hay veces que los sueños huecos son lo único que puede mantener en pie una realidad demasiado recargada.

Como supongo que eso no va a irse en las próximas fechas, dejándome sola y acompañada de un pequeño pañuelo blanco con la palabra “adiós” inscrita en su lino, me imagino al pañuelo entrelazado en mis finos dedos, con lágrimas inscritas bajo esparto, buscando quietud en eso que no para de dar vueltas por mi pequeña cabeza, eso que juega con mi largo pelo castaño, que admira callada mi piel cuidada, que se siente orgullosa al ver que la fortaleza de la nostalgia es directamente proporcional al silencio de los pasos transformados en un simple murmullo.

Todo eso en una ciudad nueva, una ciudad sin ventanas abiertas al que pasa sólo para aprender mirando, ventanas por las que Ebenezer Scrooge podría llegar a la moraleja escrita por Dickens, leída por todos, necesitada por mí.


PD:(Un abrazo a todo el mundo, gracias por el apoyo de la primera entrada ;-)

jueves, 28 de diciembre de 2006

Día 1. Crisol

Una farola, que aún permanece apagada, se asoma calculando la luz que necesita esta calle por la que estoy pasando, se asoma ahora mismo, ¿no la veis? , se asoma tímidamente ruborizándose al verme pasar.

En este atardecer, lleno de cromatismos anaranjados, suspiro, entre complacencia y complacencia, llena de ilusión y de miedo, de entusiasmo y de desconfianza, ya que es la primera vez de todo esto, de todo, de mis primeras pisadas por esta calle sin nombre; de mi primer trabajo “de lo mío”, que me obliga a intentar no decepcionarme; de la primera escapada real de la casa de mis padres; del salto al vacío que supone eso; del prime uso de este, mi primer paracaídas, que se aferra a mi sinuosa espalda, el primer uso de este paracaídas que aún no he abierto y del que tengo siempre dudas sobre su fiabilidad.


Estoy cansada, más bien agotada. El primer día en la redacción me ha dejado suplicando descanso y una necesidad perenne de preguntas sin respuesta, que no va a ser satisfecha en las próximas horas, en los próximos días, en las próximas semanas. Sólo deseo no perderme por Barcelona ahora que la empiezo a conocer, ahora que comienzo este blog, ahora que tiemblo de miedo, ahora que estoy sola, escupida de una relación que no llevaba a nada, en un lugar que no acababa en ningún sitio, sólo deseo no perderme ahora que no sé en donde puedo esconderme sin que me vea mi pasado…