Suponiendo que eso siga aquí mañana, decido acostarme con una única petición a la almohada, una única petición solícita y suave. Sostengo que no pido demasiado, simplemente, pido no seguir pidiendo nada a la vida, mientras viva una vida tan avara y tan tacaña como Ebenezer Scrooge en “Cuento de Navidad”. Porque en ella, en mi vida, aún no ha llegado la moraleja liada entre palabras simples y buenas intenciones, entre nieve y familias que cenan sonrientes, deseando no atragantarse con un empacho familiar.
En estas primeras “Navidades” sola, estoy cavando un hoyo con todo lo necesario para afrontar el nuevo año: un libro, una almohada, muchos sueños, muchas realidades y sobre todo con la linda ilusión de que no se produzca una mezcla entre mi realidad y el mundo de mis sueños, ya que hay veces que los sueños huecos son lo único que puede mantener en pie una realidad demasiado recargada.
Como supongo que eso no va a irse en las próximas fechas, dejándome sola y acompañada de un pequeño pañuelo blanco con la palabra “adiós” inscrita en su lino, me imagino al pañuelo entrelazado en mis finos dedos, con lágrimas inscritas bajo esparto, buscando quietud en eso que no para de dar vueltas por mi pequeña cabeza, eso que juega con mi largo pelo castaño, que admira callada mi piel cuidada, que se siente orgullosa al ver que la fortaleza de la nostalgia es directamente proporcional al silencio de los pasos transformados en un simple murmullo.
Todo eso en una ciudad nueva, una ciudad sin ventanas abiertas al que pasa sólo para aprender mirando, ventanas por las que Ebenezer Scrooge podría llegar a la moraleja escrita por Dickens, leída por todos, necesitada por mí.
PD:(Un abrazo a todo el mundo, gracias por el apoyo de la primera entrada ;-)